El dios Viracocha (o Wiracocha) es la deidad suprema de la mitología inca, incaica o quechua. Es un dios creador y su culto se remonta a miles de años en el pasado. De hecho, las primeras representaciones de este dios pertenecen a la cultura de Tiahuanaco, una civilización precolombina que se extendió por los Andes desde el 1500 a.C. hasta el 1187 d.C., cuando colapsó definitivamente.
Para los quechuas cuzqueños, el culto a Viracocha era cosa de las élites políticas y religiosas y apenas estaba extendido entre el pueblo llano. La razón de este hecho es el carácter animista de la religión quechua. Viracocha no era como la mayoría de los dioses, puesto que era un ser invisible y abstracto, en contraposición con los fenómenos naturales (el sol, la lluvia, los truenos) que eran adorados como divinidades entre el vulgo. Durante el dominio de los Incas de Cuzco, los únicos templos y santuarios dedicados exclusivamente a Viracocha estaban localizados en la ciudad y sus alrededores. Lo cual es poco común para un dios tan importante.
Los misioneros españoles utilizaron a su favor la imagen y el concepto de Viracocha para sentar las bases de la cristianización. Un dios invisible, omnipotente y omnipresente, creador del mundo y de los humanos, un padre celestial. Todas estas características fueron utilizadas como germen del monoteísmo para poder enseñar el Cristianismo a partir de ahí.

El mito de Viracocha, el dios nómada
El dios Viracocha nació en el Lago Titicaca, en sus profundas aguas, y nadó hasta llegar a la orilla de la isla del Sol. Desde allí emprendió su marcha, que no terminaría hasta estar satisfecho. Junto a él volaba un pájaro mágico llamado Inti, con alas de brillante color dorado, que conocía el presente y el futuro. Viracocha era un ser todopoderoso y tenía la capacidad de influir en todo lo que se ve y lo que no se ve.
Viracocha comenzó entonces su marcha en el mundo antiguo (ñawpa pacha), esculpiendo en piedra las formas de los primeros hombres y las primeras mujeres, en los que basaría su trabajo. Wiracocha irá colocando las figurillas humanas en lugares específicos y uno a uno les dará un nombre. Con ese nombre las estatuas se animan y adquieren vida en las tinieblas del mundo antiguo.
Viracocha estaba muy ocupado dando vida a sus nuevas criaturas y preparando el mundo para que estuviese completo para ellas. En aquel entonces la única luz del mundo la otorgaba el puma Tití, un ser indomable y ardiente que habita en la cumbre del mundo. Este jaguar es un tema recurrente en el arte totémico quechua y en el de las culturas que los precedieron.
Cuando Viracocha está satisfecho con su trabajo en la Tierra, pone su vista en los cielos y decide que para completar su obra pondrá a sus hijos Inti (el Sol) y Mama Quilla (la Luna) allá en lo alto y a las estrellas, para que llenen toda la bóveda celeste. Tras esto, Viracocha migra hacia el norte para seguir nombrando y dando vida a más criaturas, para no volver jamás.
No obstante, el Dios dejó en Tiahuanaco a dos ayudantes, a los que les encargó la sagrada misión de continuar nombrando y dando vida a todos los seres que puedan hacer aparecer. Tocapu Viracocha partirá hacia el este de los Andes e Imaymana Viracocha emprenderá su camino hacia el oeste. Crearán rutas y harán que la vida florezca allá donde su Señor y maestro no llegó. Finalmente llegaron a las orillas del mar, habiendo completado su misión, y se dirigieron hacia el horizonte, hundiéndose en las profundas aguas.